fbpx
Dia muertos niño

Infancias en Día de Muertos. Vivencias desde el pueblo San Antonio Tecomitl, CDMX.

Escrito por: Laura Camila Espinosa Osses, Antropóloga Social.


Se define la antropología (social) como aquella que “se propone reconocer la particularidad de los procesos (culturales) y la intervención en ellos de los hombres y las mujeres a través de su práctica.” (Guber, 2004, p. 73). La antropóloga Rosana Guber (2004), menciona que este propósito es posible desde la reflexividad en el trabajo de campo, que define como un proceso de “interacción, diferenciación y reciprocidad” (ídem, p.87) entre la diversidad empírica de los actores, y a su vez, la perspectiva del investigador/a. De manera que, lo que leerán a continuación es resultado de mis visitas y trabajo de campo en el pueblo de San Antonio Tecomitl, entre el 2015 y el 2020, teniendo en cuenta que ese último año el mundo se encontraba enfrentando la pandemia del COVID 19, lo que ocasionó que tristemente se sumaran grandes cantidades de difuntos a esta celebración, aunque hoy en día, a pesar de la “nueva normalidad”, se sigue viviendo esta tradición con gran honor.

Este pueblo, ubicado en la alcaldía de Milpa Alta, al sur de la CDMX, reconocido por su presente agrícola y sus arraigadas tradiciones y costumbres, a mediados de octubre comienza los preparativos para una de las celebraciones más importantes: el Día de Muertos. Este pueblo, ubicado en la alcaldía de Milpa Alta, al sur de la CDMX. Reconocido por su presente agrícola y sus arraigadas tradiciones y costumbres, a mediados de octubre comienza los preparativos para una de las celebraciones más importantes: el Día de Muertos. Recordemos que esta celebración es resultado del sincretismo cultural entre Mesoamérica y Europa. Que activa no solo las relaciones familiares de cooperación, sino también la organización  de “usos y costumbres”.

El pueblo está de fiesta, los niños y niñas participan en la realización de las ofrendas domésticas, decoran, acomodan, dan ideas, hacen dibujos, y a medida que acompañan van aprendiendo cada detalle importante para poner la ofrenda en su casa. A mediados de octubre comienzan a planear cuál será el disfraz de ese año, incluso los bebés se disfrazan.  El 31 de octubre, el repique de las campanas a medio día en el pueblo indican la llegada de las almas de los infantes difuntos. Es momento de invitarlos a pasar a su ofrenda, los adultos en compañía de los niños y niñas de la casa salen a la puerta con pétalos de flor de cempasúchil que van arrojando al piso, marcando el camino que los lleve hasta la ofrenda. Les prenden una vela, les ponen agua, les hablan y les dan la bienvenida de nuevo a su hogar. 

Los niños y niñas aprenden a reconocer quiénes son sus difuntos, sus seres queridos y la importancia de honrarlos, atenderlos y recordarlos cada año. Durante estos días el primer plato de comida que se sirve en la casa se pondrá en la ofrenda, se les rezará a diario, no les faltará su comida, juguetes, música y bebidas favoritos, todo esto, para demostrarles la felicidad de contar con su visita en el mundo de los vivos. Ésta es una celebración de valores profundos, que enseñan valores y sentidos, el valor del servicio, de la colaboración y el sentido de la trascendencia. 

La plaza, cómo el centro de las actividades públicas en el pueblo, cuenta con la vendimia, es decir, puestos itinerantes que venden de comida, objetos para ofrendas, disfraces y donde se coloca la mega ofrenda (a excepción del año pasado por la pandemia), gracias a la cooperación del pueblo, colectivos independientes y autoridades locales. Uno de los planes de las familias es llevar a los niños y niñas a visitar la mega ofrenda, visitar también otras ofrendas domésticas, tomarles fotos y comprarles algo de comer, pasear un rato por la plaza. 

El primero de noviembre, las calles del pueblo se llenan de niños y niñas disfrazados que salen acompañados de algún adulto a caminar las calles, jugar, pedir calaverita[1]. Las familias ponen en las entradas de su casa la lumbrada, una fogata que se acompaña de tamales, música y dulces para dar y compartir con quién pase. El valor de la unión está presente. 

El juego hace parte de vivir el Día de Muertos, aunque esto implique un nivel de riesgo. Los niños y niñas juegan entre primos diferentes cosas, pero sobre todo juegan con “cuetes”[2], vigilados por un adulto o hasta que tengan edad de realizarlo solos (entre 8 y 10 años). Personalmente no incentivo esta actividad, pero incluso, fueron los niños y niñas del pueblo quiénes me enseñaron, los nombres y tipos de cuetes (bombas, ratoncitos, busca pies, entre otros), sus riesgos y cuidados (en qué momento explotan, cómo saber por el sonido y cómo aventarlos, la distancia, la manera de agarrarlos) y esto hace parte del juego entre pares. En el juego, los niños y niñas expresan su agencia, entendida como “la capacidad de/para actuar en el mundo” (Ema López, 2004, p.16) capacidad que está ligada a la noción de infancia que se tiene, ya sea una noción de protección y vulnerabilidad, por ejemplo, para prohibir rotundamente jugar con cuetes), o de cuidado y responsabilidad para permitirles jugar enseñándoles el riesgo. Cuestionamientos en torno a las nociones de infancia que nos plantean grandes antropólogas argentinas como Adelaida Colángelo (2005), Ana Carolina Hecht (2007) o Andrea Szulc (2008, 2015), entre otras. 

Otro de los aspectos importantes de vivir esta celebración es la creatividad. Ejemplo de ello, está realización de estrellas de carrizo[3] o el tallado de chilacayote[4], pero sobre todo están las esculturas de barro en el panteón. Las familias con todo y chamacos[5] acuden desde temprano con cubetas y herramientas los niños y niñas apoyan en la limpieza, cargan agua, para mojar la tierra y hacer una especie de barro con el que moldean la tierra de las tumbas, decoran y acomodan las flores, y participan de este momento creativo. Ese día se convive, juega, ríe y llora hasta que llegue la noche. Esa noche los difuntos partirán los difuntos al mictlán, es decir, el lugar dónde viven los muertos. 

Mucho de lo que les he contado hasta aquí se comparte en varios estados del país, Michoacán, Tlaxcala, Puebla, Morelos, sin embargo, es la diversidad de expresiones lo que vale la pena poner en valor. Guber (2004), nos habla de las prácticas de hombres y mujeres, pero en este caso, me permito reconocer y poner en valor, las vivencias desde una etapa del ciclo vital: la infancia. Quienes, desde su participación, creatividad, goce, acompañamiento y descubrimiento del mundo que les rodea, “se enseñan” los profundos sentidos culturales, los valores y la certeza de que, al morir, lo que permanece es la vida. 

Concluyo este texto escrito a kilómetros de distancia de este increíble pueblo, que desde el año pasado por las restricciones sanitarias no ha podido realizar en todo su esplendor esta celebración sagrada, llena de unión familiar y tradición. De la que espero seguir siendo testigo, así sea a distancia, de los posibles cambios, continuidades o ajustes que han sido resultado de una pandemia que hasta el momento han frenado las actividades en la esfera pública pero que en las esferas domésticas se ha mantenido, por la diversión e importancia para los niños y niñas de cada familia, que no perdonan, con o sin pandemia, celebrar este día de muertos con disfraz, comida, juego y tradición. [6]


[1] Pedir calaverita refiere a la práctica de cantar para pedir dulces, tamales o fruta en las casas.

[2] Refiere a los cohetes, es decir, juegos artificiales tradicionales en México.

[3] El carrizo es una planta silvestre, que tiene varios usos agrícolas, rituales y artesanales en México. Al secarse mantiene su firmeza por lo que es útil para amarrar en forma de estrella, forrar la figura con papel, y adornar las entradas de las casas. 

[4] El chilacayote es un tipo de calabaza que se cultiva en las milpas del pueblo. La firmeza del exterior permite tallarla con diferentes motivos alusivos a la fecha, se le retira la pulpa para ponerle una vela y se usa para adornar o pedir calaverita.

[5] Término de tradición náhuatl para llamar a los niños y niñas en la zona.

[6] Este texto forma parte de la tesis titulada ““Construcción de la persona durante la infancia desde procesos educativos. Una perspectiva multidimensional en San Antonio Tecomitl, Milpa Alta 2018-2020” de la ENAH. 


Bibliografía

Colángelo, M. A. (2005). Infancias Y Culturas. Pedagogía y Formación. Actas Serie “Encuentros y Seminarios,” 1–8.

Ema López, J. E. (2004). Del sujeto a la agencia (a través de lo político). Athenea Digital. Revista de Pensamiento e Investigación Social1(5), 1. https://doi.org/10.5565/rev/athenea.114

Guber, R. (2004). El salvaje metropolitano. In Journal of Chemical Information and Modeling (1st ed., Vol. 53, Issue 9). Paidós.

Hecht, A. C. (2007). Una aproximación antropológica a la categorización toba de las primeras etapas del ciclo vital». Estudios En Lingüística y Antropología. Homenaje a Ana Gerzenstein de Colegas y Discípulos Por Sus Tres Décadas de Contribución a Las Investigaciones de Las Lenguas Indígenas En La Argentina2007, 1–10.

Szulc, A. (2008). Antropología y niñez. In J. C. Tealdi (Ed.), Diccionario latinoamericano de bioética (pp. 603–606). Nacional, Universidad de Colombia Bioética, Red Latinoamericana y del Caribe de UNESCO. https://doi.org/10.1017/CBO9781107415324.004

Szulc, A. (2015). La niñez mapuche. Sentidos de pertenencia en tensión (Editorial Biblos (ed.)).

SI TE GUSTÓ, COMPÁRTELO